domingo, 27 de mayo de 2012

Las pinzas de la ropa



Eran las once y media de la noche cuando terminó el programa de la lavadora, era una colada de prendas delicadas: camisetas, ropa interior, un pantalón de vestir y un pijama.
La chica del pelo alborotado abrió el tendedero plegable en un rincón de la cocina y sacó la ropa mojada.
Desde la puerta, con los ojos ya medio cerrados de sueño observé el ritual de tendido. Buscaba las costuras de cada prenda y la estiraba con un golpe al aire. Colgó las camisetas por una línea imaginaria que unía las axilas, si tenían mangas largas las subía a la varilla; el pantalón por la línea imaginaria de las caderas, estirando bien desde la costura lateral para que no quedaran pliegues; igual con las dos partes del pijama. 
Las bragas las tendía sostenidas por una pinza, había pinzas azules, naranjas y verdes. Usó las pinzas azules para las bragas negras y grises, ocho; seis pinzas naranjas en las bragas de tonos rojos y dos pinzas verdes en unas bragas floreadas y otra de rayas multicolor.
Pensé en alterar esa coincidencia exacta de pinzas escogidas por colores. 
Imaginé crear formas geométricas con los colores e inclusive pensé en algún dibujo sencillo, como los “une los puntos” de la infancia. Recodé que la canción “I have a dream” de Abba sólo usa tres acordes y lo imaginé en el tendedero-pentagrama: Si, La, Si, La, Si, La, Si, La, Si, La, Mi, Si, Mi, Si, La, Si. Y también pensé simplemente en poner las rojas y verdes en las bragas negras y grises, y las azules en las de tonos rojos, flores y rayas.
Pero deseché la idea. Sería desconcertarme a mí misma.
Me fui a dormir tarareando la canción de Abba “I believe in angels, something good in everything I see”…

Mocho

domingo, 20 de mayo de 2012

El cónclave (Continu.)

La puerta no se abría. 
Tras un largo rato, escuché algo dentro y me acerqué. Se oían las pisadas de una persona, cada vez más fuertes. Se estaba acercando.

Me aparté con rapidez, justo cuando tiraban de la puerta.

-Bienvenida, Bata - 

Un hombre vestido con traje negro y sombrero de copa tendía su brazo al interior, invitándome a pasar. Sonreía con una mueca, enseñando el colmillo superior, amarillo y sucio. 

-y ¿usted es? - (No tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo....)

-Mr. Hyde, por supuesto - Se quitó el sombrero con rapidez y añadió: - Anfitrión del cónclave. Por favor...

Volvió a estirar su brazo y esperó a que pasara para cerrar la puerta con un gran golpe.

-A veces se atasca, mademoiselle - dijo con una sonrisa al ver mi cara de horror.

Era un pasillo largo, estrecho y lleno de escombros y basura. Una bombilla pequeña intentaba iluminar el sitio. Mr. Hyde caminaba deprisa, yo le seguía, despacio y manteniendo la distancia con él. Al final del pasillo había una cortina de terciopelo rojo. Esperó a que estuviera a su lado para correr la tela y dejar que la música y multitud de voces invadieran el pasillo.

Habíamos entrado a la planta superior de una sala de fiestas enorme, con decenas de mesas abarrotadas de gente. Tenía un escenario donde una banda de música acompañaba la voz de una cantante alta, de melena larga y ondulada. Iba enfundada en un vestido negro largo con guantes hasta el codo y cantaba Put the blame on mame con una voz prodigiosa.

Los invitados conversaban y reían mientras cenaban. Casi todos desconocidos para mí. Gente de diferentes edades, raza y condición. Se mezclaban en las mesas con otros que si podía reconocer: Spiderman, Catwoman, Ranma 1/2, Hulk, Sailor Moon,  El hombre de acero.... fueron algunos de los que pude ver antes de que un camarero se pusiera delante de mí.

- Bienvenida al cónclave anual de alter egos ¿Me permite su chaqueta y su bolso, por favor? -

Mientras entregaba mis cosas, Mr. Hyde me preguntó: 


-Y dígame, señorita ¿Cuál es su poder?

-¿Mi qué? - (a veces se me olvidan los modales)

-Su poder, su capacidad, ese talento secreto...

-Pues... la verdad... es que no tengo.

La sala enmudeció. Todos me miraban entre el asombro, la pena y la decepción.

-Esto... ¿hago unas croquetas de muerte? 

-Ajá... 

En cuanto Mr. Hyde habló, los invitados retomaron sus conversaciones y la música volvió a sonar.

- Acompáñale a la mesa 10 - le  dijo al camarero - Que disfrute de la velada, mademoiselle - se quitó el sombrero e hizo una reverencia - Ahora, si me disculpa, debo atender a los próximos invitados.

El camarero comenzó a bajar las escaleras y, tras hacerle una pequeña y torpe reverencia a mi anfitrión, le seguí. Pasamos entre las mesas, todas abarrotadas. Algunos me miraban con descaro, otros enmudecían cuando estaba cerca de ellos y unos pocos cuchichearon sobre mí.

El camarero se paró en seco y señaló mi lugar.

Clark Kent me saludaba entusiasmado con una mano, solo en la mesa. 

Según me contó más tarde, llevaba décadas cenando sin más compañía que el jarrón de la mesa. Tartamudeaba de la emoción por estar acompañado y estuvo a punto de llorar al recordar como, año tras año, en cada reunión cuando llegaban nuevos alter egos, los sentaba en otras mesas, en función de su habilidad.

Los invitados de las mesas de al lado, se reían con disimulo viendo como, con cara hastiada, escuchaba todas y cada uno de sus quejas: sobre sus años de soledad, sus torpezas, su timidez, su inseguridad, su jefe...

Mi compañero de mesa me relataba su agónicas tardes de domingo aburrido en casa cuando vi que Mr. Hyde se acercaba a saludar a una mesa, cerca de la nuestra. Era mi momento. Me levanté, fui hacia él y le pregunté con disimulo:

- Oiga, y la paciencia... ¿cuenta como superpoder?

Bata



domingo, 13 de mayo de 2012

El cónclave

Son las 7 y media de la mañana. Suenan los despertadores y los perros dan sus primeros ladridos. 
Madrid comienza un nuevo día. Las ovejas zombies invaden la calle.

Yo me voy a dormir. Ha sido una noche muy larga.

Estaba en casa. Leche con cola-cao, galletas y peli. A las 00.00  alguien aporreó  la puerta de mi casa.  Los golpes retumbaron por todo el salón. Asustada, apagué la tele y me acurruqué en el sofá. Volvieron a aporrear la puerta. Tres golpes. Me escondí debajo de la manta. Así me quedé un rato muy largo, eterno. Me fuí acercando poco a poco.. Apoyé la oreja. No escuchaba nada. Me armé de valor y abrí la puerta con todas mis fuerzas.No había nadie. Solo un sobre en el descansillo de la planta. 

"Está usted invitada a nuestro cónclave anual. La esperamos en la Calle Juan de Urbieta, 25. Llame tres veces" 
(Para esto podían haber llamado al timbre)

La nota no daba más información. Intenté recordar si me había hecho socia de algo pero.. no.Ya que estaba invitada... había que ir. Hay que ser educado en esta vida ( Y un poco cotilla también) Me arreglé y cogí un taxi. Durante el viaje, volví a mirar la tarjeta. No me había fijado la primera vez... en la esquina superior de la derecha, con letras en rojo:  Se exige máxima discrección (me estaba empezando a arrepentir de mi pensamiento lógico). 

-¿Está seguro de que es aquí?

-Usted dijo el número 25 y aquí es- contestó el taxista (Gesto y tono agrios. Mejor no insistir) 

El número 25 era un local abandonado. Tenía carteles pegados y pintadas por toda la fachada. Un cartel de "Se traspasa" tapaba la puerta. Me acerqué e intenté mirar entre los carteles. Se colaba un pequeño hilo de luz del interior. Decidí probar suerte.
Cogí una piedra que había en el suelo, justo al lado de la puerta. Golpeé tres veces con todas mis fuerzas y esperé.

Continuará

Bata 

domingo, 6 de mayo de 2012

El ser simbiótico


Me desperté a su lado, en  perfecta simetría de su postura, como un espejo. El reflejo de una mujer de pelo alborotado, que duerme de lado y con la persiana a medio subir. Ese día vestiría ropa casual y zapatillas; ese  día, como todos, correría queriendo ganar al tiempo.
Me levanté y deambulé por el piso: salón, cocina, dos habitaciones y un baño. Paredes de colores, muebles baratos llenos de libros y documentos,  flores, fotos de personas y risas. Y desorden; montañitas de ropa, montañas de libros, una pirámide de platos sucios en la cocina…
Vi su lista interminable de cosas que hacer y arranqué la parte de abajo, empecé mi tarea: disfrutar de esos pequeños placeres que tienen que ver con el cuerpo y no con la mente. 
Busqué las sales de baño, abrí el grifo y me sumergí en la calidez y caricias del agua. Al salir me dejé secar el pelo al aire, paseé desnuda por la casa mezclándome con los objetos, rozando mi piel con la esencia de esa casa que era mía, tocando el alma de las paredes, de los muebles, dando valor a cada objeto. Me dejé caer en el sofá, que me abrazó como el agua y mientras desayunaba un zumo de naranja hojeé un libro de filosofía. Era interesante pero dormité por un rato. Seguiré otro día, prometido.
Me levanté y me miré en el espejo, ahora yo, mi esencia se completa con las uñas pintadas, medias coloridas, un vestido corto y las botas Dr.Martins estampadas que estaban escondidas en una caja. 
Elegí un bolso a juego con las botas y seguí con mi lista…
Mocho