Cuando puse mis pies en la acera me paré e intenté sentir la madre tierra bajo la suela de las botas Dr. Martins y de todas esas capas de humanismo constructor.Fue algo así como intentar echar raíces; ¿de cuántos metros de largo deberían ser las raíces? Desistí de echar la cuenta. Entonces miré arriba buscando el final de la calle donde el cielo se abriera y dejara de ser una franja entre dos tejados, sonreí, el cielo era azul y hacía sol.
Me fijé en las capas de aire entre ese cielo y yo, y sentí la brisa. ¿Por qué lugares habría pasado esa brisa? Pensé en las montañas, los ríos y los campos; acariciando aves, vacas y demás animales, las finas alas de las mariposas y otros insectos, flores multicolores, árboles muy altos y pequeños arbustos... También pensé que habría pasado por la M-30 con sus coches y por las chimeneas de las fábricas. Suspiré, salí de mi ensimismamiento y seguí mi camino.
Mientras andaba escuché a mi alrededor, intenté ordenar los sonidos desde lo más cercano a lo más lejano: las voces con las que me cruzaba, un teléfono móvil, la puerta de una tienda, el semáforo, los claxons, las ruedas de los coches, los motores, una sirena de policía, un zumbido constante de fondo… Ruido.
Torcí la esquina y me encontré con el puesto de flores. El pequeño tenderete, poco más grande que las casetas de la ONCE, era un oasis en medio de las calles grises, ¡que olor!, ¡qué colorido! Me dieron ganas de plantarme en medio del puesto, en su defecto me quedé delante mirando los pétalos de diversas formas y tonalidades y con el sol calentándome la espalda. Me compré unas margaritas blancas y naranjas y continué el paseo.
Caminé dos manzanas más, la madre tierra seguía lejos de mis pies, el cielo seguía siendo azul, la brisa no pasaba por esa calle y los ruidos eran los mismos. Olí mis flores.
Llego a la primera parada: el herbolario. Hago la compra de harina integral, leche de almendras, tahína y de premio unas palmeritas de chocolate cuyos ingredientes proceden todos de cultivo ecológico. ¡Me encanta! Doy un bocado y me siento como los superhéroes que recobran las energías, de repente me conecto con la madre tierra aunque sea vía estómago.
Menuda flipada, me digo a mí misma. Pero continúo reflexionando; cuando veo los edificios altos, cuando apenas los arboles se vislumbran en las interminables calles, cuando evitamos todo atisbo de color en la jungla de asfalto, siento que pierdo una parte de mí, que se pone otra capa entre lo que soy (ánima pensante) y lo que las sociedades me piden que sea (una máquina gris que sigue dogmas que envían los medios de comunicación).
Sigo con mi lista: biblioteca y el bonito “Café del Sur”…
Mocho