El sol abrasa las aceras y el asfalto suda alquitrán. Los árboles de los parques se retuercen buscando su propia sombra. Los edificios exhalan vapor caliente y encierran personas agotadas. Cuando cae la tarde, la piedra y el cemento irradian llamas como hogueras inertes. La ciudad está soñolienta. Hace calor día y noche.
Llevo dos días sin dormir.Tirada en la cama sigo el movimiento del ventilador, perdida entre el sudor y el duermevela. El sonido de las aspas, monótono y continuo, acompaña mis pensamientos. Estoy despierta y en la ventana de enfrente, entre las cortinas, las piernas de una pareja se entrelazan. Ellos duermen. A mi alrededor todo despide calor. Incluso el libro que intento leer está caliente. No puedo más.
Son las tres de la madrugada. Me visto y salgo a pasear. El barrio entero duerme con las ventanas abiertas. Camino con la respiración de mis vecinos. Les oigo dentro de sus casas.
Un hombre ronca para desesperación de su acompañante, que suspira a su lado.
La tela de una sábana, el roce; alguien se da la vuelta en la cama.
Se ilumina la cocina de un piso. La puerta de una nevera se abre. Tintineo de los hielos en una jarra.
Un perro blanco sale al balcón de una cuarta planta. Gruñe a mi paso aunque yo le sonría.
Un hombre ronca para desesperación de su acompañante, que suspira a su lado.
La tela de una sábana, el roce; alguien se da la vuelta en la cama.
Se ilumina la cocina de un piso. La puerta de una nevera se abre. Tintineo de los hielos en una jarra.
Un perro blanco sale al balcón de una cuarta planta. Gruñe a mi paso aunque yo le sonría.
Cuando llego a la plaza veo otra ciudad. Una ciudad despierta, la que no puede dormir por el calor. Las mesas de las terrazas están abarrotadas de familias. Toman refrescos y fruta. Los niños juegan alrededor. Una mujer embarazada, sentada en un banco, lee un libro mientras se abanica. Cuatro ancianos juegan a las cartas con un carajillo cada uno a su lado. Dos ancianas tejen bufandas. Una madre peina a su hija que mira a su perro jugar.
Todos en silencio. El resto del barrio duerme. Incluso las risas son silenciosas.
Todos en silencio. El resto del barrio duerme. Incluso las risas son silenciosas.
Paseo comiendo un poco de sandía que me ha dado un hombre. El camión de la limpieza del ayuntamiento comienza a regar las aceras alrededor de la plaza y el calor huye entre los edificios. Llega el aire fresco, nos rodea a todos. Ya se puede respirar. Incluso los árboles recuperan su olor.
Me tumbo en un banco. El sudor de mi piel se seca. Me estoy quedando dormida mientras mis nuevos vecinos, los nocturnos, viven sin calor.
Bata